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Confuso laberinto es el quinto de los diez libros que componen Fábula, la ambiciosa obra que Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) ha compuesto a modo de manual de contemplación. A la vez que es el último de los volúmenes de Fábula publicados hasta ahora es, por su posición en el conjunto, su clave de arco, su núcleo de intenciones. Sánchez Menéndez nos enseña en sus libros a contemplar; que la contemplación, cuando hemos aprendido, no consiste en ver un objeto como algo quieto y acabado, sino en ser capaces de verlo abrirse a todas sus posibilidades, a todos sus seres y estares. «Tantos matices, tantos desvíos», nos avisa en uno de los poemas en prosa de Confuso laberinto, un libro que trata de la enormidad de lo microscópico, de la importancia sublime de aquello en apariencia insignificante: los gestos cotidianos, los libros frecuentados de nuestra biblioteca, las músicas que nos acompañan, los grillos, los girasoles, las viejas postales, Gardel Al poeta no le importa mostrarnos los andamios de su obra porque son ellos, precisamente, los conductores de la meditación, como almiares de Monet. Sánchez Menéndez persigue en estas páginas al yo que le faltaba para acabar descubriendo que «No se puede vivir en la unidad sin haber existido en la separación»: que lo real no es ser o no ser, sino ser y no ser a un tiempo, existir en todas las posibilidades de cuanto existe y ser nosotros, que nos buscamos y nos rehuimos, no este yo de ahora, sino todos los que fuimos, los que pudimos ser y somos ahora mismo en instantes paralelos. Que contemplar, en definitiva, es ver todo lo que no se ve. Martín López-Vega