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Pedro Bermúdez nació en Castropol (Asturias) en 1525, de familia hidalga y acomodada, pero no rica. Con 22 años le picó el gusanillo de la aventura y se embarcó, sin tener ideas muy claras de adónde iba, en Ribadeo, «para servir al Emperador Carlos V» de quien sólo sabía que estaba peleando contra luteranos en Alemania y contra sus súbditos en Nápoles para reprimir una sublevación contra el Virrey, Pedro de Toledo. El azar, más que una firme voluntad suya, le llevó a Italia, donde empezó su vida militar. Desembarcó en Génova, atravesó Lucca, Florencia y Roma, hasta llegar a Nápoles. De allí fue a Mesina y luego a Reggio, en Calabria, donde ingresó en la Compañía de Pedro Valcarze y, luego en la de Alvaro de Yebra. Desde ese momento, sus intervenciones militares son seguidas: Piamonte, Milanesado, Siena, Florencia, Córcega luego, siempre luchando contra el ejército francés. Prosiguió luchando contra el turco: Sicilia, Malta, y Túnez, donde fué hecho prisionero. Desde allí a Trípoli, en el Líbano, de donde fue rescatado. De vuelta a España, participó activamente en el sofocamiento de la sangrienta rebelión de los moriscos en las Alpujarras. Gobernador militar, luego, en Logroño, Pamplona y Guipúzcoa. Sirvió después al Rey Felipe II en los preparativos de la acción sobre Portugal con motivo de la sucesión al Trono de aquél. Terminó su azarosa –y fascinante– vida militar como Capitán General de Bayona en Pontevedra.
Un interesante y curioso relato autobiográfico de un intrépido militar del siglo XVI.