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José Luis Hidalgo (Torres, Cantabria, 1919-Chamartín de la Rosa, Madrid, 1947) es uno de esos poetas de muerte joven que nos deja el interrogante de cuál habría sido su desarrollo e influencia en décadas posteriores, de no haberse visto truncadas vida y obra en plena ascensión a la madurez. De talento precoz y autodidacta, Hidalgo, último vanguardista de anteguerra o primero de posguerra, fue ante todo poeta metafísico. Formado en Bellas Artes en Valencia, adonde lo llevaría la Guerra Civil, integró las filas de la rehumanización poética española en plena ola de formalismo neoclásico. Porque bajo la envoltura surrealista, hervía en él un carácter hondo, espiritual, preocupado y rebelde; indagador y acuciado por los grandes temas trascendentales. Y su breve labor, aquí representada, patentiza una rápida evolución en la cual la vanguardia es solo síntoma mientras se abren paso los cuestionamientos esenciales, el devenir del ser, lo divino, la muerte y lo eterno. Tradición y vanguardia confluyen en su originalidad. Poeta «de los muertos» y de muchos otros registros, en Hidalgo hallaremos una de las voces más personales de su época, sustancial y simbólica; voz para todo tiempo y siempre necesaria. R. F.
Los versos de un poeta truncado por la muerte, pero que arden perennes en su iluminadora voz.