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Bajo el seudónimo Antonio de la Grosa esconde su identidad un veterano abogado y profesor de Universidad, aficionado a la propiedad intelectual e industrial, que se lanza por primera vez al foro de la poesía. En su haber cuenta con un puñado de obras jurídicas aderezadas no pocas veces por el tamiz de los versos. El prologuista Antonio Castán, su amigo y compañero de profesión, aclara que el autor carece de pretensiones y conoce bien las diferencias entre escribir un libro de poemas y oficiar de poeta. Le acompaña en este cambio de rumbo la pintora María Aurora Casado de Amezua, portadora también de su propio seudónimo, quien se estrena en la aventura del libro ilustrado después de una dilatada trayectoria en la que se combinan las cosas del Arte con la programación informática.
Primer poemario de un veterano jurista cuyos versos desprenden, por encima de las contrariedades, una pasión por la vida y sus placeres primarios.