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El 27 de mayo de 1901 nació, circunstancialmente en Salamanca, Pedro Garfias, quien -años después- sería integrante de esa otra Generación del 27, marcada por el silencio y el olvido. Compartió durante la década de los veinte el destino de un grupo literario, dividido entre la tradición y la vanguardia (su única obra en ese período, El Ala del Sur, data de 1926). Sus acordes, romances y romancillos, marcaron la salida personal al vanguardismo primero (creacionismo, dadaísmo) e inclinaron su mundo poético hacia lo emotivo.
En la Guerra Civil fue nombrado comisario político, en una fuerte labor de divulgación y agitación cultural. Volvió a renacer en él la poesía -directa y sencilla- al contacto con aquellos héroes de ese Sur tan querido y añorado por el poeta (Garfias había vivido su niñez y juventud entre Osuna, Cabra y Écija). Más tarde -tras la derrota del Ejército Republicano- embarcaría en el Sinaia para continuar la dura vida de exiliado en tierras aztecas. Es muy probable que en aquel paquebote, el ex director de Horizonte-revista de vanguardia que él mismo dirigió entre 1922 y 1923-, llevara en su mente algunos de los textos que después recrearía en el libro, su primer poemario del destierro, Primavera en Eaton Hastings, publicado en México, en 1941. Garfias publica -también en México- su lírica bélica y de compromiso (Poesías de la guerra española, 1941; Elegía a la presa de Dnieprostroi y otros poemas, 1943) y acentúa su etapa metafísica, con una poesía barroca y existencial y con postura nihilista (De Soledad y otros pesares, 1948; Viejos y nuevos poemas, 1951). La gran metáfora del río oscuro, revuelto frente a la mar eterna, -que ya estaba en su poemario de 1948- da título a la que será su última obra: Río de aguas amargas (1953).
Tras cinco años como Secretario del Director del Departamento de Acción Social Universitaria, de la Universidad de Monterrey, en Nuevo León -su único trabajo estable-, el poeta arrastró una vida errante con conferencias, recitales y amigos que lo acogen por todo México, en solidaridad con su desarraigo y dolor. Pedro Garfias se convierte así en un juglar vivo en pleno siglo XX. Todo él, poesía, amistad y soledad, destino completo de literatura y vida. Murió el 9 de agosto de 1967, en Monterrey, con tierra española en su boca, por su mismo deseo. Nos dejó escribió: «Espero que dos o tres versos míos puedan permanecer después que yo muera». José María Barrera
Antología poética de un exiliado de la generación del 27