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Paul Morand (París 1888-1976) es a la vez el célebre, y a menudo reeditado, autor de novelas y libros de viajes y un poeta oscuro al que casi nadie (entre los casi nadie que leen poesía más o menos contemporánea) parece recordar o haber leído. En realidad, Morand apenas publicó cuatro libros de poemas y es cierto que abandonó la poesía, al menos la poesía en verso, a poco de cumplir los cuarenta años y casi medio siglo antes de dejar de escribir en absoluto. Pero Morand es ante todo un poeta y uno de los más grandes poetas de todo el siglo XX. Durante mucho tiempo, los superficiales, superficialmente, han considerado a Paul Morand un prosista superficial y un poeta inexistente, pero cualquiera que se acerque ahora a estos versos hechos de puro músculo, sin un sólo grumo de grasa retórica, contundentes como un puñetazo en el plexo solar, capaces de dejarnos sin respiración, se encontrará con un poeta absolutamente contemporáneo, quizás incluso tan desmedidamente contemporáneo que a veces parece hablarnos aún desde el futuro. Frente a él, Valery, es un poeta del siglo XIX e incluso el muy moderno Cendrars o los surrealistas nos parecen más lentos, más pesados, más envejecidos. Morand merece, junto con Apollinaire, ser considerado el primer poeta moderno de Francia y como tal podemos seguir leyéndole. Su poesía es precisa como un cronómetro y está llena de humor, de ironía, de imágenes sorprendentes y naturalísimas y siempre nos cuenta cosas que merecen ser contadas y que a menudo son aquí cantadas por vez primera, como ese «escape libre» del automóvil de uno de sus primeros poemas que «hace morir la rosaleda» del madrileño Parque del Oeste en un lejanísimo 1913 y que no deja de ser, quizás, el primer verso ecológico de la poesía universal.
Antología poética, de un vanguardista fundamental