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Edición de Manuel Neila.
Incómodo y problemático, Léon Bloy fue uno de los escritores católicos más controvertidos de su tiempo. El profesor Pierre Glaudes atribuye su sensación de extrañamiento a tres razones fundamentales: su ultra-catolicismo en una época que se estaba descristianizando; la complejidad de su lenguaje y el empleo de un vocabulario muy particular; la propensión a convertir arcaísmos latinos en neologismos franceses, derivada de su conocimiento del latín y, en particular, de la Vulgata de san Gerónimo. Estas dificultades no impidieron que se ganase la admiración y el reconocimiento de algunos seguidores. En la primera mitad del siglo pasado, su influencia se dejó sentir en autores de muy diferente condición: Alfred Jarry, el autor de Ubú rey y adalid de la patafísica, y Georges Bernanos, que se reconoce como su descendiente; Erich Klossowski y Georges Bataille que descubrieron en sus libros resonancias del «apofatismo» procedente de los místicos renanos; Roland Barthes, que destaca su opulencia verbal como réplica a su pobreza. Para Robert Escarpit, Mi diario fue «uno de los más poderosos incentivos que contribuyeron a despertar el catolicismo contemporáneo en todas sus formas».