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Al establecerse en sus países de acogida, los intelectuales y artistas del exilio español enfrentaron disyuntivas muy difíciles. Entre ellas, la de decidir si seguir luchando por recuperar la madre patria o si incorporarse, en la medida de lo posible, a la realidad del país en que se encontraban viviendo. Desde luego, una cosa no necesariamente excluía la otra. De hecho, en la mayoría de los casos los exiliados, como el dios Jano, solían tener dos caras, una mirando hacia la España perdida (un mundo que con el tiempo se les volvía cada vez más irreal), la otra mirando hacia el nuevo entorno (una realidad que, con el paso de los años, y aun cuando no lo quisieran, iba ejerciendo una influencia cada vez más decisiva en sus vidas). Los ensayos reunidos en este libro —centrados sobre todo en aspectos de la obra de Emilio Prados, Concha Méndez, Juan Rejano, Ernestina de Champourcin, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda y Max Aub— pretenden ofrecer un amplio panorama de las respuestas muy diversas que le fueron dando a este dilema los intelectuales exiliados en México. En el transcurso del libro se presta especial atención al diálogo de los exiliados no solo con sus anfitriones mexicanos (Agustín Velázquez Chávez, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz…), sino también con sus coetáneos en España (de ahí, por ejemplo, los capítulos sobre las visitas a México de Dámaso Alonso, en 1948, y de Gerardo Diego, en 1958).