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Prólogo de María Zambrano.
Sí, sí recuerdo su libro, el único que escribió y que a él cuando se le nombraba decía: ¡Oh!, el libro de la guerra, y era su característica que no había guerra, que no había más que amor, amor; pero él hizo la guerra. Una guerra sin enemigos, pero con un millón de muertos que él no borraba, no era hipócrita, no lo ocultaba; pero no ahincaba ni en la muerte ni en la vida; en aquella guerra que él no dejaba de recordar ¡un millón de muertos! […] En estos cuentos no aparecía la razón de unos ni la de otros sino la elemental potencia de la guerra que lo va destruyendo todo. En el libro de Diego se diría que no ha ocurrido nada. Que ha ocurrido la vida, simplemente, nada más que la vida. Son cuentos con esperanza, pese a ser cuentos de la guerra, porque él era un hombre abierto siempre a la esperanza, sí, y siempre bueno. (Del prólogo de María Zambrano a Ciudades y días)