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El mundo que Celia va a ver en Celia en el mundo (1934), cuarto volumen de sus aventuras, es el de Madrid y el de la Costa Azul. El tío Rodrigo la ha sacado del colegio de las monjas, que se han quedado aliviadas tras su partida. Las travesuras de Celia encuentran un escenario perfecto en el Madrid de las vanguardias con sus modernos cafés, sus tertulias, sus museos, sus paseos y sus aperitivos. Celia regresa a la casona de la calle Serrano para vivir con su tío solterón, la criada Basílides y su lechuza Casimira y el morito Maimón, a quien salvará de algún tirón de orejas. No dejará Celia de contemplar esta maravillosa ciudad con la lógica a la que nos tiene acostumbrados y la comparte con nosotros a falta de amigas con las que jugar. Afortunadamente, llega el verano, la Costa Azul y el regalo inesperado de la amistad de Paulette, quien ya nunca dejará de ocupar un lugar especial en el corazón de Celia. El veraneo francés nos deja episodios inolvidables, entre la ternura y el humor, que ponen de manifiesto las diferencias entre la modernidad española y la del país vecino, un lugar en el que las niñas son señoritas, en el que Celia seguirá siendo Celia y en el que sus travesuras alcanzarán nuevas cotas de ingenio e incluso peligrosidad.