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Ángeles Mora nos habla sobre el poemario '¿Quién teme a Thelma y Louise?'
DOÑA, MÓNICA. ¿QUIÉN TEME A THELMA &
LOUISE?
SEVILLA: RENACIMIENTO.
ÁNGELES MORA
¿Quién teme a Thelma & Louise?, el último poemario de Mónica
Doña, no solo me parece uno de los libros de poesía más interesantes
que se han publicado últimamente, sino que no es un acierto puntual,
una iluminación de esas que a veces surgen como un milagro de la
mente arriesgada de un escritor. Una luminaria esporádica que
enciende el firmamento y cae, dejando un rastro que irá apagándose
más o menos lentamente. Este libro lleva una historia atrás, un trabajo
que viene de lejos. Un pensar poético que ha aprendido a seguir y
a perseguir las verdades y mentiras que envuelven nuestra vida, para
arrancarlas de la oscuridad que las camufla, ensombrece.
Mónica Doña (cantautora durante un tiempo) comenzó su caminar
como poeta con consciencia plena de búsqueda de un lugar propio
donde encontrarse, desde su ser persona, desde su ser persona-mujer,
ocupándolo, haciéndose dueña del mismo, estableciendo las coordenadas
que lo fijan, para analizarlo, para saber si es el que le corresponde,
el que ella quiere habitar dentro de un espacio poético tan —por muchas
razones— inhabitable.
Su coherente trayectoria no tenía más remedio que llegar adonde
llega en este libro: a meterse de lleno en ese ser-mujer, en ese mundo
femenino que ha sido socialmente arrinconado, desvalorizado por una
ideología que se ha empeñado en convertirnos en comparsa y servidumbre.
Y lo hace a su manera, con el distanciamiento lúcido y esa sabia
ironía que la convierte no solo en brillante sino también divertida, a
veces demoledora o finísimamente sugerente, con un universo poético
dirigido a la inteligencia de quien quiera entender.
Ya en su primer libro publicado, Nueve lunas nos presentaba nueve
mitos femeninos: en cada página, un mito femenino, un nombre propio
de mujer. Desde Diana a Hécate, pasando por Salomé, Atenea, María,
Kalí, Afrodita... Mitos que Mónica Doña hacía suyos intentando devolvérnoslos,
hacerlos nuestros de otra manera, puesto que el yo o el tú
que aparece en los poemas ya no es sólo subjetivo sino colectivo a la vez.
La relación entre el yo y la mujer, entre el mito de la mujer y el nosotras
las mujeres de todos los días era el verdadero sustrato de aquel libro.
Y sin duda también lo es del que hoy nos ocupa, como ocurre ya en
la primera parte de ¿Quién teme a Thelma & Louise?, titulada «Femenino y
singular (La huella)» y precedida de dos citas bien escogidas: «Puede ser
una lágrima la historia…» de la poeta Concepción de Estevarena, del romanticismo
sevillano, que nada publicó en vida, y otra de Callie Khouri,
la guionista de la película Thelma & Louise: esta primera parte del libro
recoge una serie de poemas potentes, de gran atractivo, de imágenes
sugestivas, desgarradas. Son poemas que nos hablan de ciertas figuras
femeninas históricas y míticas, de símbolos de nuestro mundo ante el
regateo que el tiempo hizo de su talla. Símbolos que parecen gritarnos a
las mujeres de todos los días: aquí estamos, esta es nuestra fuerza, haciendo
frente al vacío y muchas veces al desprecio… Y sin embargo, el valor
de estos poemas no consiste tan solo en este mensaje que sin duda arrastran.
El valor de estos poemas está en la sutil emoción poética que transmiten.
Porque Mónica Doña sabe muy bien que un poema dice mucho
más de lo que dice. Que debe hablarnos por debajo y por encima de las
palabras, pero con esa emoción intelectual que no admite muchas explicaciones.
Un poema dice lo que dice y mucho más, que fue la respuesta
de Federico García Lorca cuando le preguntaron qué significa «verde,
que te quiero verde» («eso… y mucho más»). No llevan título estos poemas,
pero como si jugáramos a las adivinanzas, vamos descubriendo en
cada uno la figura femenina histórica a que se refieren: desde Juana de
Arco («Pobre niña soldado, / animalito místico, / flor de lis de los campos,
/ ¿qué había en tu cabeza?») a Coco Chanel («Yo aplaudo tu ironía y
tus metamorfosis / las hileras de perlas y las dulces cadenas / que fuiste
colocando en mi cintura. / A cambio me quitabas los miedos y el corsé.
/ Debo darte las gracias / por sacar a mi cuerpo de la cárcel», pasando
por Rita Hayworth, santa Teresa, Cleopatra, Frida Kahlo…
Antes de seguir, aclaremos algunas cosas más. Es fundamental la cita
que la autora coloca al comienzo del libro: Rosario Castellanos, nada
menos, una de las grandes escritoras y pensadoras mexicanas, de pasmosa
lucidez. Hay que leer esa cita. Es fundamental. Termina con el título
que he puesto a esta reseña: «Hay que inventarnos», y comienza diciendo:
«No basta adaptarnos a una sociedad que cambia en la superficie y
permanece idéntica en la raíz…».
Pues eso: hay que inventarnos. La segunda parte, titulada «Tiempo
muerto (La captura)», está precedida, también, por dos iluminadoras citas,
una de la cubana Carilda Oliver Labra («Ayer soñé que mientras nos
besábamos / había sonado un tiro») y otra, de nuevo, de Callie Khouri,
que, como sabemos, obtuvo un Óscar por el guion de Thelma & Louise:
«[No pierdan la cabeza y no perderán la cabeza]». Así entramos en esta
parte central y quizá el núcleo más fuerte de este libro, donde Mónica
Doña reflexiona sobre las relaciones de pareja, sin cortapisas, con ironía
ante todo, con crudeza a veces, con inteligencia y lucidez siempre, poniendo
el acento en el papel que las mujeres hemos aceptado, con más o
menos convicción, en esa relación, o en otras figuraciones y juegos o
sueños sexuales («la hermana», «Juegos prohibidos»…). Hablamos de
un lugar que las mujeres hemos ocupado, a veces inconsciente y otras
inevitablemente. De sumisión o de rebeldía o desprecio, más o menos
asumido, o de aceptación morbosa o incluso de incomprensión, pero
también de ternura y deseo de otro modo de entender la pareja. Hay un
poema fundamental (duro) en ese sentido: «Metamorfosis forzosa (el
precio del placer)». Porque ese campo ha sido y sigue siendo muchas
veces un campo minado. Y se trataría de salir de ahí, de establecer una
relación sana y enriquecedora. Así acaba el primer poema, titulado «De
la fe y la esperanza»: «Oh dios de la ceguera omnipotente, / siempre espero
el milagro: / dios de nuevo hecho hombre, / pajarillo aterido junto
al mío. // Pero no late un hombre / en ti / tan solo existe el dios».
Esta parte también acoge el magnífico poema titulado «El beso de Klimt
»: «Se enamoran de un cuadro. / Un bellísimo cuadro / que lleva un
largo siglo en los museos. […] Las jóvenes parejas del siglo XXI /siguen
en el intento: /construyendo el amor al borde del abismo». Esta parte,
este núcleo central importantísimo termina con el poema «Tiempo
muerto» y sus últimos cuatro versos decisivos. Así, en cursiva: «Si quieres
que comience el baile de tu vida, / deberás darle muerte al moribundo / y enterrar
junto a él tu rosa de pasión, / la enferma flor que brota de tus lágrimas.»
Por eso, en la última parte del libro, «Mujeres al Cabo (La escapada)
», con citas de Claribel Alegría y, una vez más, de Callie Khouri
(«Esto es tan hermoso»), aparecen esas mujeres que han «escapado»,
por decirlo así, de esa flor enferma (al igual que Thelma y Louise),
para sentirse libres en una alegre y enriquecedora excursión al Cabo
de Gata (Cabo de las Ágatas). Así comienza el primer poema, «Bahía
de las Negras»: «Ocho mujeres, ocho. / Ocho lobas dispersan los rebaños.
/ Dejan atrás desiertos / y remontan alegres los volcanes». No son
sólo mujeres que se divierten y disfrutan de la amistad. Es algo más, son
mujeres unidas quizás por una herida («una nube de gasa transparenta
los sueños // los perdidos al paso de hombres yertos, / los ganados al
trote de caballos marinos […] para que el mar-montaña / rescate el horizonte
femenino / que desde siempre duerme con los ojos abiertos…».
Es la unión y el goce de su feminidad, ante el mar, ante la noche que
las envuelve «hasta mañana». Encontraremos en esta última parte muy
hermosos poemas: mar, cielo, arenas, amistad. Uno de ellos, muy especial,
dedicado al recuerdo del poeta Javier Egea y su libro Troppo mare,
escrito precisamente por aquellas playas del Cabo de Gata, en La Isleta
del Moro. Muy divertido el titulado «Chicas Erasmus», que muy pronto
descubren «las sólidas verdades del barquero».
El último poema «El cabo de las Ágatas», con cita de Blanca Varela
«Digamos que ganaste la carrera…» nos acerca también al final no solo
del libro sino al final de la película, ese juego continuo, ese paralelismo
que la autora hace con aquella road movie conmovedora que acaba en
esa carrera loca hacia el abismo. Y así «La mirada imposible / ante ocho
kilómetros de playa», comienzo del poema final, acaba también con una
alegre, feliz carrera: «Componemos el gesto y la postura / y echamos a
correr. // Sobre nuestras cabezas / se escucha el aleteo de las rosas.»
Como no podía ser menos, este magnífico y tan ajustado poemario
termina con la cita del diálogo final de «Thelma & Louise», antes de
volar en su descapotable bajo el cielo azul
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