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El compromiso poético de la posguerra española no solo tuvo en la comunicación o en la explicitación de unas intenciones sociales su único referente estético: partiendo de la voz de Vicente Aleixandre se iba a dar paso a otro tipo de compromiso con Sombra del paraíso y Mundo a solas, que afectaba, sobre todo, a la imagen del poeta como ángel caído, a partir de la cual se fue creando todo un referente simbólico del drama existencial del momento, que potenciaba así la figura del desterrado, del expulsado a la sombra desde un paraíso, bien social o bien personal (la infancia), pero también de su naturaleza visionaria. Fue, en consecuencia, el perfecto símbolo actoral para reflejar ese contraste que marcaba el atormentado presente: pero no solo como correlato de ese yo social, sino también como testimonio de ese conflicto interno, personal, que se debate entre el aislamiento o el compromiso de la escritura. Sobre la imagen del poeta como intermediario de una profunda y difícil revelación para el ser humano, así como de la necesaria esperanza y confianza en la solidaridad para superar el sombrío presente, se fueron luego articulando la poesía de María Beneyto, de José Luis Hidalgo y de Francisco Brines, estableciendo así un arco completo de toda la posguerra española, no solo cronológicamente, sino también en cuanto a las diferentes propuestas estéticas que fueron surgiendo.