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Prólogo de Adolfo Sotelo Vázquez.
Al publicar su primera recopilación de artículos periodísticos, Camilo José Cela tomó prestado el título de una vieja revista satírica, Mesa revuelta, con el propósito de «ejercitar la arriesgada penitencia de enfrentarse con las páginas que fueron escritas para ir viviendo y, como la vida misma, para ir siendo olvidadas a medida que se escribían y se vivían». Setenta años después, en Tumba revuelta, Tomás Cavanna advierte que ese mismo camino penitencial acompañó a CJC hasta la sepultura, enterrando junto a él, en Iria Flavia, la gigantesca fundación en la que había empeñado su tiempo y su fortuna. Tumba revuelta es un relato testimonial de quien vivió durante 17 años el día a día de aquella fundación, zarandeada por egoísmos familiares, mediáticos, judiciales y políticos, hasta amenazarla de ruina o lo que dolería aún más a su fundador de insolvencia cultural. Junto a una detallada explicación sobre los motivos del proyecto, la importancia de los fondos donados por el fundador, y el porqué, cómo, con quién (y con quién no), quiso Cela cimentar en vida su pase a la posteridad, en Tumba revuelta se habla tanto de quienes le ayudaron, como de aquellos que no han parado de meter palos entre las ruedas de la que, en vida de su fundador, pasaba por ser la mejor fundación del mundo dedicada a un escritor.