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«Cada obra, cada página, cada párrafo, cada línea que he escrito, que escribo, que escribiré, es un jirón arrancado de la carne de mi vida, el reflejo de toda esta gloriosa inmundicia en movimiento, mi particular proceso de derrumbe, es lo que soy, es lo que he sido, botas puestas, alma en la lona y en la pista, saliva, enjuagaduras, sangre, lágrimas, sudor, los más íntimos posos de mi anhelante y torturado corazón, el canto y el silencio, el grito y el espasmo, la vida, santo Dios, la vida, toda junta y jubilosamente revuelta, lo bueno y lo malo, el llanto y el suplicio, la carcajada y los detritos, vómito y orgasmo, paja mental, masturbación emocional, el oro y sus escorias, los raros instantes de beatitud mental, la prisa y la pausa, grano y envuelta, la tinta fresca y los borrones, el asco, la desidia, el movimiento, especialmente el movimiento, cómo atraparlo, cómo asirlo, todo este bendito flujo de materia coleante que se va, todo este sublime desaguisado, toda esta guerra, toda esta paz, toda esta imposible belleza, todo este odio, toda esta cólera, todo este amor, toda esta vacua verborrea en medio del intergaláctico mutismo, día y noche, sístole y diástole, inhalación, exhalación, el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, si cuando el show termine ni la muerte que nos come el trasero y los talones va a quedar en pie.» Roger Wolfe, «Cómo escribí Todos los monos del mundo, y qué es el “ensayo-ficción”»