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«De ser un espectador de la política he pasado bruscamente a ser un actor apasionado. Y el motivo que me ha hecho, a mis años, saltar a este plano ha sido el de la invasión de mi patria», explica Antonio Machado, en 1938. Este poeta intimista llega a ser un agitador, hasta definirse, tras haber reflexionado sobre la difusión del saber, como «un miliciano más con destino cultural». Su compromiso cívico se expresa por una creciente colaboración en la prensa. Ésta se inserta en la tradición europea de los apócrifos y ofrece un contrapunto a la experiencia poética sacando al escritor del idealismo para ponerle en contacto con la realidad. Considerando la estructura y la evolución de aquella obra en perpetua elaboración, se descubre una práctica literaria compleja que no distingue entre esencias diferentes y superpone, en una escritura fragmentaria, varios lenguajes que une en un trabajo sin fin. Pues, detrás de las paradojas de los apócrifos, Abel Martín y Juan de Mairena, se plasma una obra poética engastada en una reflexión filosófica que se incluye a su vez en una labor periodística y traduce un lento pero coherente caminar político que Machado empezó cuando estuvo confrontado a los problemas estéticos y morales de su tiempo.