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«Una carta no la escribes para la galería» dice Ignacio Carrión en el prólogo de sus Cartas a Lola desde USA «sino que te diriges a una sola persona con quien deseas contrastar ideas y experiencias». Los temas que se abordan en estas cartas son tan variados como los lugares donde fueron escritas hace un cuarto de siglo: Nueva York, Chicago, Washington dc, Nueva Orleans, Atlanta o Cabo Cañaveral. Se leen de un tirón porque se redactaron a vuela pluma, sin tachaduras físicas o mentales y con una poderosa fuerza narrativa. El destinatario de la correspondencia no era el lector habitual de Cambio y Diario 16, periódicos para los que Carrión trabajaba como corresponsal en los EE.UU., sino una mujer llamada Lola, también periodista y por tanto conocedora de los límites y exigencias impuestos por la Prensa escrita. Dichas limitaciones quedan fulminadas en el género epistolar que permite al autor adoptar un tono irónico, directo, provocador e irreverente. Las cartas son divertidas unas, y dramáticas otras. Todas ellas captan la realidad objetiva del instante a través de un filtro subjetivo y personal. Fechadas en 1988 último año del segundo mandato del presidente Ronald Reagan estas cartas inéditas, en las que nada se ha alterado a la hora de publicarlas, no son una recopilación de crónicas, reportajes o entrevistas de las muchas escritas por Ignacio Carrión a lo largo de su vida profesional. Son más bien una sucesión de anti-crónicas, anti-reportajes y anti-entrevistas en las que el autor subvierte los géneros periodísticos para dar rienda suelta a su imaginación y creatividad. Y a su sorprendente capacidad de observación, propia de un viajero escéptico y experimentado.