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Esta novela no es el primer escrito ni el último de los míos sobre el que se cierne la sombra de don Juan de Borbón y Battenberg. De hecho, cabría decir que es su protagonista, como Pepe el Romano lo es el de La casa de Bernarda Alba. Y es que, en torno a él, que nunca aparece en escena, giran las peripecias más bien divertidas en que se desenvuelven sus personajes. Lo cierto es que su figura siempre despertó en mí curiosidad y simpatía, tal vez por la devoción que le profesaban personas de mi entorno, sobre todo en la Universidad y en la Milicia Universitaria, cuyo primer curso hice en la Escuela de Suboficiales de San Fernando, la misma en la que él fue cadete cuando era Escuela Naval. Es posible que, de haberlo conocido en persona, lo hubiera incorporado al reparto de mi tablado de marionetas, pero me alegro de que no fuera así, pues entonces no me habría podido tomar con él las libertades que me tomo con mis entes de ficción.