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Un tuerto que responde al nombre de Oblómov, un médico bacteriólogo y con joroba, un manco que guía a una serie de idiotas, una madre mesiánica y amante de los zorros, un ruso, dos rusos, muchos rusos, éstos son algunos de los personajes que atraviesan El imperio Oblómov. Novela que no sólo construye la historia de una familia en medio de un contexto disfuncional y de crisis, económica y moral, sino la historia de una región, de una zona que va desde las fronteras de Austria hasta el Báltico, pasando por Polonia y el norte germano, y del Báltico hasta los Urales. Territorio que «los santones», así se les llama en El imperio, identifican simplemente con el Este, pero no ése al que hoy es fácil acceder desde cualquier carretera o aeropuerto, sino uno enloquecido, resabioso, neurótico, que ha producido creencias como la de Kitezh, la catedral hundida que aún continúa tocando sus campanas desde el fondo de un lago, o la de la Gran Eslavia, con un radio de acción tan amplio como Europa, Rusia y Mongolia (si es que alguna vez fuese posible eslavizar al indomable mongol). En fin, una novela que a la misma vez que trompe loeil, es el relato desquiciado y exacto de la eterna comedia que representamos todos.