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El viaje soñado siempre es intemporal, porque ha de abarcarnos en nuestro completo y complejo periplo. Viviendo en una isla, cada viaje tiene siempre algo de travesía, y lo desconocido que nos aguarda nunca lo es más que lo que dejamos, porque partimos de uno a otro desconocimiento. (Sólo fuimos, escritos, lo que ya no seremos.) Desconocernos es mantener siempre la posibilidad de la sorpresa, ¿qué otra cosa es la vida? Estos versos –pura utopía- se quisieran exentos, independientes, libres de biografía, de ubicación, de historia, de acomodo en una larga obra previa. (¿Qué importa dónde, cuándo se escribieron?) Ni proceden de nada ni a nada anteceden. Desearían ser leídos como quien mira desde la cubierta de un barco y sitúa en el horizonte su ciudad anhelada, su paisaje imposible. Así están escritos, sin servidumbre alguna más allá de la certeza de que la poesía existe donde y cuando ella quiere. Y que no la hay sin lector. Hacia cada uno de ellos se dirigen todas las travesías, también estas.