Menú
- inicio
- Catálogo
- Poesía y Teatro
- Historia y Memorias
- Narrativa y Ensayo
- Bibliotecas de autor
- Ulises
- Revistas
- mas vendidos
- Autores
- Prensa
- Comunidad
- Nosotros
- Digitalización
Prólogo de Fidel Sebastián Mediavilla.
La poesía y la oración exigen un ritmo sosegado, una actitud contemplativa, de enamorado, que permita extraer sentidos sorprendentes de significados ordinarios. Por eso decía Thomas Merton que «muchos poetas no son poetas por la misma razón que muchos religiosos no son santos: nunca consiguen ser ellos mismos. (...) La prisa estropea por igual a santos y a artistas. Desean un éxito rápido y tienen tal prisa por lograrlo, que no les queda tiempo para ser fieles a sí mismos». (Thomas Merton, Semillas de contemplación) La poesía pide reposo porque aspira a la lucidez y a la exactitud; el Rosario lo requiere para no caer en la palabrería hueca y para lograr contemplar, con María, el rostro de Dios. Manuel Ballesteros conjuga ambas actividades y alcanza esos objetivos en este libro de poemas verdaderos, necesarios. En la sencillez y profundidad de sus versos, el poeta interroga a un Dios «al que no hay quien entienda, y al que no amar va a resultar ya muy difícil». Se descubre y duele de su debilidad: «Yo soy el paralítico y el manco / y el ciego y el leproso. Soy el novio / que, en mitad de la vida, se ha quedado / sin vino que ofrecer. Lléname tú». Se asombra: «Levántate, le dijo. Y levantándose / cargó con su camilla y se fue a casa / dejándonos sin habla, estupefactos». Se queja: «qué difícil resulta regresar / al diario trajín, con sus esquinas / imprevistos y ruidos, a la vida / siempre superpoblada de pelmazos». Y derrama un canto ardoroso que celebra: «Todo tiene su fin, también la muerte»; «las leyes han volado hechas pedazos. / Ya nada volverá a ser como antes». Y así, susurrando una voz que interroga, que se duele, que se asombra, que se queja y que celebra, Manuel Ballesteros abre una brecha en los Misterios; una brecha por la que puede entrar la luz que desvela algo del misterio del rostro de Dios y de uno mismo. Ser poeta o lector de poesía no son cosas tan distintas si se hacen bien: sin prisas, contemplando y acogiendo la belleza de unos Misterios que nos permiten ser, más plenamente, lo que somos. Mapi Ballesteros Panizo