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CADA vez que hace un círculo, no desea estar dentro de él. Necesita estar fuera. Lo confiesa el autor de este libro nada más comenzar, nada más empezar a hacer círculos sobre el papel en blanco o, si prefieren, sobre el LCD de la pantalla de su ordenador. Porque el poeta camina en la nieve cada vez que se pone a escribir. El poeta construye un Igloo. Se está haciendo una casa de palabras en medio de la nieve. Es su elección. Hay quien tiene muy claro desde el primer momento, desde el primer trabajo o desde el primer libro, dónde y cómo desea vivir. El Igloo de Aitor Francos forma un círculo. Pero el poeta sabe que se trata de un círculo provisional. No es ninguna muralla circular. Ninguna cárcel. El calor de la vida, inevitablemente, va a derretir el hielo. Cada vez que hace un círculo, Aitor Francos quiere salir de él. Sale de él. Se diría que tiene un plan de fuga siempre a mano. Y en eso nos recuerda a un gran poeta que nació en su ciudad, Juan Larrea, siempre buscando un más allá, más allá de los mapas. Pero el surrealismo de Aitor Francos es preciso, y jamás nebuloso. Blanco como la nieve en la que traza círculos para salir de ellos. Cada vez que hace un círculo, quiere salir de él. Ha construido su Igloo fuera del círculo. Vive lejos del centro. En un Norte alejado de los focos. En una periferia que te mata o te hace más fuerte. En una lengua propia y al mismo tiempo extraña. Extrañado en su Igloo. Habitando su casa de palabras en medio de la nieve. Contándonos su vida discontinua como en una película rara. Siempre fuera del círculo, es decir, en otra parte, aquí. JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA SOTA