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Traducir no sólo es trasvasar unos contenidos de un molde a otro. Es también, casi siempre, prestarles un traje nuevo con el que deambular por otro tiempo. Y lo asombroso es que, disfrazados de poemas españoles de principios del siglo XXI (es decir, vertidos al español de hoy, y en metros de hoy), los poemas de Rudyard Kipling quizá pierdan empaque retórico (amén de, seguro, no pocas cualidades); pero su médula queda intacta, y cualquier imputación que se les quiera hacer respecto a su posible falta de vigencia queda desmentida de inmediato. Kipling es un poeta de hoy, más vivo que muchos que ocupan un lugar más preeminente en el escalafón literario. Contradictorio, polémico, incorrecto, sí. Pero siempre certero en el detalle, y siempre a la altura de la temperatura moral de sus asuntos. Divertido, fresco, ágil. Lúcido. También escandaloso, cómo no, quizá por decir en voz alta lo que otros sólo piensan. Y siempre del lado de la vida; es decir, de la fuerza, la energía, la violencia, el dolor, la compasión. Un trago demasiado áspero, quizá, para ciertos paladares. Pero no por eso menos estimulante.